El sistema inmune está compuesto por órganos, tejidos y células que actúan de forma conjunta para defender al organismo de virus, bacterias e infecciones. Así, cuando el sistema inmune se encuentra debilitado, somos más propensos a enfermar.
Con todo ello, el sistema inmune, también llamado sistema inmunitario, se encarga de vigilar y detectar cualquier elemento extraño que pueda causar un daño al organismo. Cuando reconoce dicho elemento, activa un mecanismo de respuesta para destruirlo.
En la mayoría de situaciones, la acción del sistema inmune acaba con el agente externo y evita cualquier afección de salud. Sin embargo, también tenemos ocasiones en la que este sistema no consigue imponerse a la amenaza. Es entonces cuando enfermamos.
La compleja estructura del sistema inmune
Todas las personas desde el nacimiento contamos con un tipo de inmunidad conocida como inmunidad innata, cuya eficacia es elevada. Tal es así, que en numerosas ocasiones únicamente basta con este tipo de inmunidad para superar una amenaza externa.
Sin embargo, a medida que crecemos el organismo genera la conocida como inmunidad adaptativa. Es un tipo de inmunidad que permite realizar una defensa más fuerte y especializada ante un tipo de agente externo concreto.
Es decir, los seres humanos nacemos con un sistema inmune inmaduro, que va perfeccionándose con el paso de los años gracias al contacto con los agentes infecciosos. Así, el sistema inmune produce lo que se conoce como memoria inmunológica.
Normalmente, cuando nos enfrentamos a una primera infección específica, el sistema inmune tiende a desarrollar un cuadro clínico con determinados síntomas. De esta forma, al toparnos por segunda vez contra este agente, el organismo se encuentra mucho más protegido, provocando un frenazo a la enfermedad o un cuadro clínico de menor gravedad.
Síntomas de un sistema inmunitario débil
Existen diferentes síntomas que pueden indicar una debilidad en la acción del sistema inmune. Esta situación se puede observar principalmente cuando enfermamos de forma recurrente en un periodo de tiempo relativamente corto.
Y es que los hábitos de cada personas son esenciales para fortalecer la eficacia del sistema inmune ante la amenaza de determinados agentes infecciosos. Por ejemplo, una alimentación saludable y completa es clave en este aspecto.
Además, la realización de ejercicio físico con regularidad, descansar bien, evitar el estrés, limitar el consumo de tabaco y alcohol, y mejorar la higiene son elementos muy importantes para potenciar la acción del sistema inmune.
Con todo ello, las personas que cuenten con un sistema inmune débil tienen un mayor riesgo de enfermedad con frecuencia o presentar un cuadro clínico más grave de determinadas patologías.
Por norma general, estas son algunas de las afecciones de salud o infecciones que podrían advertir a la persona afectada de que su sistema inmunitario se encuentra debilitado:
- Resfriado o catarro de forma recurrente.
- Neumonía.
- Bronquitis.
- Infecciones de la piel.
- Meningitis.
- Trastornos autoninmunes.
- Inflamación de los órganos internos.
- Retrasos en el crecimiento.
- Problemas digestivos.
- Trastornos relacionados con la salud de la sangre, como la anemia.
En caso de presentar algunas de las siguientes afecciones de salud de forma recurrente es recomendable acudir a un especialista médico que establezca un cuadro clínico concreto y el tratamiento correspondiente para poner solución al problema.